El marketing es una de las disciplinas más difíciles y
apasionantes de la empresa. Es capaz de motivarnos a levantarnos cada día, de
modificar nuestros hábitos diarios y nuestra escala de valores, es capaz de
hacer mejor a un ser humano, pero también de hacerlo peor; es el altavoz de
nuestros deseos más profundos e inconfesables; es capaz de ayudarnos a
encontrar justificación a lo injustificable; es capaz de hacer triunfar nuestro
negocio, y al mismo tiempo, de hacer fracasar nuestros sueños.
El marketing es el submundo donde habitan nuestros deseos
irrefrenables. Cuando el marketing toca nuestras teclas más sensibles, nuestros
impulsos de compra se imponen al sentido común, el deseo de poseer se hace
implacable, escapando el animal ancestral que todos llevamos dentro.
El marketing es la herramienta que nos hace ver lo blanco
negro y lo negro blanco. O incluso ver distintos colores en la más absoluta
oscuridad.
El marketing no es marketing si no está obcecadamente
dirigido al cliente, si no escudriña sus más básicos y sórdidos deseos de
poder, ambición, posesión, reconocimiento social, seguridad, sustento, redención,
felicidad…
Todos deseamos cosas por las que, en lo más profundo de
nosotros mismos, estaríamos dispuestos a profanar nuestro raciocinio.
Todos buscamos algo y estamos dispuestos a encontrarlo aunque
sea en el lugar equivocado. Y esto es algo que aprovecha incluso la religión.
El arte de vender consiste en ponerse el disfraz de la
fiesta a la que vamos. Es el ejercicio social más importante que una persona
debe hacer para conseguir sus deseos, por básicos o desinteresados que estos
sean. Todos sonreímos a nuestro jefe cuando éste nos sonríe ¿verdad?.
El arte de vender me lo enseñó una prostituta, el oficio más
viejo del mundo, el que más acierta a la base del ser humano.
Cuando tenemos una empresa, casi siempre pensamos en
nosotros mismos antes que en nuestro cliente: nuestro deseo de éxito, de
reconocimiento social, de “tener razón”, de conseguir aquello por lo que
siempre hemos luchado, de lograr nuestro objetivo de riqueza y/o libertad.
Aquella prostituta que se mostraba en un programa de televisión
sabía más de marketing que la mayoría de los vendedores que conozco.
Tenía tres perfiles diferentes, dirigidos a tres nichos de
mercado diferentes, según fueran más o menos rudos sus gustos y preferencias.
Cada perfil estaba perfectamente diseñado para el cliente final, aun tratándose
de una sola persona. Cada perfil contaba con los soportes publicitarios y
canales de distribución específicos. Cada perfil contaba con un call center diferente. Cada perfil
prometía la felicidad de distinta manera.
Y sus tres teléfonos no pararon de sonar en todo lo que duró
aquella aparición en prime time.
Vístete de la fiesta a la que vas y todos querrán bailar
contigo.
Manuel Pimenta
www.creamosturismo.com
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